«En la infancia, nuestra identidad es formada por el reflejo que vemos en los ojos de las personas que nos rodean». BRB pág. 84” BRB p.84
¿Quiénes eran nuestros espejos? Fueron las personas que nos dijeron en palabras y acciones lo indeseados, molestos o estúpidos que éramos. Tratamos de hacer lo que querían, pero por lo general nunca fue suficiente. Cualquier aprobación que obtuvimos fue condicional. Y se evaporaba si bajábamos la guardia al no obtener calificaciones perfectas, si no cuidábamos a nuestros hermanos de la manera correcta o no hacíamos las tareas del hogar lo suficientemente bien.
No sabíamos quiénes éramos realmente, porque nuestra identidad era lo que sea que ellos nos dijeron que era.
Lo que nos lleva a la mayoría de nosotros a ACA es que eventualmente nos cansamos de intentar, de aislarnos y de reprimir nuestros sentimientos. Aquí es donde aprendemos a aceptar que nuestros padres y nuestras familias nunca van a ser como los que están en la televisión o en la calle. En lugar de continuar recreando el rechazo y el abandono que recibimos de niños, aprendemos a amarnos y afirmarnos. Nuestros padrinos y compañeros de viaje nos dicen que aceptemos solo lo que es bueno y, si no se siente bien, que no lo hagamos. Seguimos estas sugerencias repetidamente hasta que nos damos cuenta de que ya no somos quienes nos dijeron una vez que debíamos ser. Somos fuertes e independientes.
En este día defino quién soy. Soy bueno y solo acepto lo que es bueno y saludable en mi vida.
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